martes, 12 de noviembre de 2019

Comentario

CAMINAR LA NOCHE  TRES VOCES

Ingrid Córdova Bustos,
Poeta y narradora chilena

Dicen que es primavera nuevamente,  dicen que en el círculo infinito de las estaciones repetidas una y otra vez, vuelve a ser porfiadamente primavera, como si el tiempo quisiera recordarnos que siempre se renace de la muerte, por definitiva que esta parezca.
Hoy he vuelto a hablar con Carlos, Carlos Ernesto Sánchez,  el poeta, el amigo, el maestro de los primeros intentos de conjurar la palabra que con pausada voz me cuenta de su nuevo libro, de su frágil destierro allá en los campos de Puchuncavi,  de la vida que pasa lenta, de la muerte presentida y cercana. Leemos poesía por el teléfono, mientras afuera de su ventana y la mía, a pesar de los kilómetros de distancia, comienza a correr un viento frío que presagia lluvia.
Me envía sus palabras para que las lea y así acompañar la madruga que se extiende larga y a solas, como centenaria maldición de los poetas que no duermen, porque la noche es la mejor amante cuando los todos los amantes ya se han marchado. Pongo una canción para acompañar las letras que comienzan  surgir implacables frente a mis ojos.
Chávela Vargas, canta con voz ronca y desgarrada: “Noche de ronda que triste pasas, que triste cruzas por mi balcón”, mientras me interno en el  noctámbulo paseo que me proponen estás páginas.
La noche  tiene tantos rostros – pienso- al recorrer las páginas de esta obra y súbitamente aparece ante mis ojos el rostro de esa primera oscuridad, imprevista y temprana de un niño jugando entre los árboles allá en el Sur, cuando la voz lírica nos muestra: “Los ventanales dolorosos/ de mi infancia/una tarde cuando los paltos están en flor/ se quebraron…Fui y soy el niño violado” (Los ventanales dolorosos).
 La voz de la mujer canta con trémulo dolor: “Noche de ronda/cómo me hiere/cómo lastima/Mi corazón”, en tanto yo, lectora y testigo, continúo atisbando las muecas del abandono de todos aquellos para quienes un día fuimos esenciales o amados, la noche comienza a caer cuando el poeta, declara: “Esta tarde dos hombres/ vinieron a los territorios de la agenda/ atiborrada de nombres de mi cama/no dejaron teléfono/ni dirección/ ni apellidos…” (4 de la mañana)
Elevar los ojos y buscar en la trascendencia quizá sea la única vía de escape que va quedando para que  el alma no caiga en la sombra, pero aún ese reducto parece oscurecerse cuando el  hombre que escribe estás páginas, exclama: “no huelo/tu cuerpo/ Dios/Encerrado en una hostia/ no tienes vida…” (No Huelo)
Rondar la vida junto a otros  transeúntes  de la existencia, nos hace también participes y protagonistas de las tinieblas colectivas que cayeron sobre la espalda de un país herido y traicionado arteramente. El sujeto lírico golpea con su voz las memorias frágiles por conveniencia, cuando rememora: “Las noches de neumático ardiendo/el rostro de Pinochet crispado/mi dolor hundiendo el latón a golpes llamando más golpes/furia/ explosiones/cables tendidos en el ancho de la noche electrificada/para la bota infernal milica” (“Aún con Miedo”)
O cuando se asombra de tanta muerte esparcida y nos muestra: “Un mulato/apenas un niño/está embarazada/es un simple anciano pobre/no lleva rostro/ Y las balas y las balas y las balas y las balas” (La Noche en el Montijo)
Cuánta razón tienes, Chávela, “que las rondas no son buenas, que hacen daño, que dan penas, que se acaba por llorar”
Tal vez  la cara más inclemente de las noches individuales y colectivas, se encuentra en la constatación, que más allá de la presencia de otros cuerpos en  un mismo espacio, estamos solos enfrentando la única certeza que nos deja el habernos atrevido a deambular por rincones prohibidos y haber dicho las verdades incómodas que nadie quería escuchar. Tal temeridad tiene un precio, que la más de las veces es la profunda sensación de soledad.  El poeta lo confiesa abiertamente, cuando nos  dice “no duermo/ la soledad transpirada inunda todo” (4 de la mañana) o cuando nos cuenta: “Estoy dejando que el tiempo vaya bajando mis pupilas/ que arrugados/ los surcos/ entonen la melodía pasada de moda/con los nombres/ de los que amé” (No me beses)
El arrepentimiento del que nos habla el poeta, en el título de este poemario, no se trata pues de desechar lo vivido así no más, sino más bien de condolerse, es decir dolerse junto a otros, de no tener  más tiempo para seguir enfrentando con decisión y valentía, las posibles noches a aún quedan por llegar, porque “Un paso a la muerte. Eso es este tiempo” (En la Noche de los 60).

 Pero dicen que es primavera, Carlos Sánchez y la Chávela canta fuerte y alto “dile que la quiero, dile que me muero de tanto esperar, que vuelva ya”…tal vez si conjuramos la alborada con su nueva luz a gritos destemplados llenos de poesía, capaz que esta vez nos vaya bien, a lo mejor ahora sí podemos, quizá la noche termine por huir definitivamente.



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