Ingrid Córdova Bustos,
Poeta y narradora chilena
Dicen que es primavera nuevamente, dicen que en el círculo infinito de las
estaciones repetidas una y otra vez, vuelve a ser porfiadamente primavera, como
si el tiempo quisiera recordarnos que siempre se renace de la muerte, por
definitiva que esta parezca.
Hoy he vuelto a hablar con Carlos, Carlos Ernesto
Sánchez, el poeta, el amigo, el maestro
de los primeros intentos de conjurar la palabra que con pausada voz me cuenta
de su nuevo libro, de su frágil destierro allá en los campos de Puchuncavi, de la vida que pasa lenta, de la muerte presentida
y cercana. Leemos poesía por el teléfono, mientras afuera de su ventana y la
mía, a pesar de los kilómetros de distancia, comienza a correr un viento frío
que presagia lluvia.
Me envía sus palabras para que las lea y así acompañar
la madruga que se extiende larga y a solas, como centenaria maldición de los
poetas que no duermen, porque la noche es la mejor amante cuando los todos los amantes
ya se han marchado. Pongo una canción para acompañar las letras que
comienzan surgir implacables frente a
mis ojos.
Chávela Vargas, canta con voz ronca y desgarrada:
“Noche de ronda que triste pasas, que triste cruzas por mi balcón”, mientras me
interno en el noctámbulo paseo que me
proponen estás páginas.
La noche tiene
tantos rostros – pienso- al recorrer las páginas de esta obra y súbitamente aparece
ante mis ojos el rostro de esa primera oscuridad, imprevista y temprana de un
niño jugando entre los árboles allá en el Sur, cuando la voz lírica nos
muestra: “Los ventanales dolorosos/ de mi infancia/una tarde cuando los paltos
están en flor/ se quebraron…Fui y soy el niño violado” (Los ventanales dolorosos).
La voz de la
mujer canta con trémulo dolor: “Noche de ronda/cómo me hiere/cómo lastima/Mi
corazón”, en tanto yo, lectora y testigo, continúo atisbando las muecas del
abandono de todos aquellos para quienes un día fuimos esenciales o amados, la
noche comienza a caer cuando el poeta, declara: “Esta tarde dos hombres/
vinieron a los territorios de la agenda/ atiborrada de nombres de mi cama/no
dejaron teléfono/ni dirección/ ni apellidos…” (4 de la mañana)
Elevar los ojos y buscar en la trascendencia quizá sea
la única vía de escape que va quedando para que el alma no caiga en la sombra, pero aún ese
reducto parece oscurecerse cuando el hombre
que escribe estás páginas, exclama: “no huelo/tu cuerpo/ Dios/Encerrado en una
hostia/ no tienes vida…” (No Huelo)
Rondar la vida junto a otros transeúntes
de la existencia, nos hace también participes y protagonistas de las
tinieblas colectivas que cayeron sobre la espalda de un país herido y
traicionado arteramente. El sujeto lírico golpea con su voz las memorias
frágiles por conveniencia, cuando rememora: “Las noches de neumático
ardiendo/el rostro de Pinochet crispado/mi dolor hundiendo el latón a golpes
llamando más golpes/furia/ explosiones/cables tendidos en el ancho de la noche
electrificada/para la bota infernal milica” (“Aún
con Miedo”)
O cuando se asombra de tanta muerte esparcida y nos
muestra: “Un mulato/apenas un niño/está embarazada/es un simple anciano
pobre/no lleva rostro/ Y las balas y las balas y las balas y las balas” (La
Noche en el Montijo)
Cuánta razón tienes, Chávela, “que las rondas no son
buenas, que hacen daño, que dan penas, que se acaba por llorar”
Tal vez la cara
más inclemente de las noches individuales y colectivas, se encuentra en la constatación,
que más allá de la presencia de otros cuerpos en un mismo espacio, estamos solos enfrentando la
única certeza que nos deja el habernos atrevido a deambular por rincones
prohibidos y haber dicho las verdades incómodas que nadie quería escuchar. Tal
temeridad tiene un precio, que la más de las veces es la profunda sensación de
soledad. El poeta lo confiesa
abiertamente, cuando nos dice “no
duermo/ la soledad transpirada inunda todo” (4 de la mañana) o cuando nos cuenta: “Estoy dejando que el tiempo
vaya bajando mis pupilas/ que arrugados/ los surcos/ entonen la melodía pasada
de moda/con los nombres/ de los que amé” (No
me beses)
El arrepentimiento del que nos habla el poeta, en el
título de este poemario, no se trata pues de desechar lo vivido así no más, sino
más bien de condolerse, es decir dolerse junto a otros, de no tener más tiempo para seguir enfrentando con
decisión y valentía, las posibles noches a aún quedan por llegar, porque “Un
paso a la muerte. Eso es este tiempo” (En
la Noche de los 60).
Pero dicen que
es primavera, Carlos Sánchez y la Chávela canta fuerte y alto “dile que la
quiero, dile que me muero de tanto esperar, que vuelva ya”…tal vez si
conjuramos la alborada con su nueva luz a gritos destemplados llenos de poesía,
capaz que esta vez nos vaya bien, a lo mejor ahora sí podemos, quizá la noche
termine por huir definitivamente.
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